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martes, 3 de diciembre de 2013

LA MARAÑA

Encerrado en la maraña, como una mosca que antes creía ser cojonera pero libre y, de repente, se da cuenta de que su zanganear zigzageante termina en aquella red amplia aunque pegajosa y limitada, llamó de nuevo al 902 de los cojones, que era el único que alguien humano descolgaba. Esperó a que la interlocutora repitiera el grandilocuente nombre de la multinacional y expuso por décima vez la situación: que había hecho una entrevista hacía tres meses, que le habían llamado desde este mismo teléfono del sacrosanto departamento de RRHH confirmándole que, efectivamente, había superado la primera fase y que en cuanto hubiese una vacante —literal, en octubre o noviembre— comenzaría la formación, la cual —recordase— también formaba parte del proceso. Y que hasta ahora nada de nada, que estábamos ya fuera de cuentas —por usar un símil femenino, je, je— y ni le contestaban en su provincia, ni podía localizar a la entrevistadora con la que había hablado, ni su correo electrónico parecía funcionar ya... ¿Es que había cerrado la delegación de su zona? ¿Es que aquella empresa que decía ser de llaves era en realidad de la CIA y el segurata era un soldado cerril que ni te dejaba pasar sin invitación oficial? ¿Podía ella amablemente informarle, por favor, de si algo de lo que le estaba contando tenía algún sentido o quizás se estaba volviendo loco porque se le acababa el paro? Tras un breve silencio en su agitado monólogo, oyó decir al otro lado: "Le tomo nota y le llamamos en cuanto sepamos algo. ¿Me daría sus datos, por favor?"


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